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Osvaldo Rosembach

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Jucio Subzona 14

La represión se desató por una monografía

La huida cinematográfica de Guillermo Quartucci del puesto caminero de Jacinto Arauz fue ayer el foco de atención en el juicio a nueve represores de la Subzona 14. Su "cabeza limpísima", según sus propias palabras, fue lo que permitió idear el escape -a pesar de estar esposado- y caminar seis noches hasta llegar a Bahía Blanca. Esa burla a las decenas de militares y policías que habían copado el pueblo, ese miércoles 14 de julio de 1976, fue respondida con picana eléctrica para el resto de sus compañeros del Instituto José Ingenieros y otros pobladores que habían sido detenidos.
Para Quartucci, que viajó especialmente desde México para testificar, aquella semana sería su última semana en Arauz porque le habían otorgado una beca para aprender lengua japonesa en una universidad azteca. Y a La Pampa llegó porque mientras estaba de viaje en Japón y otros países asiáticos, el interventor de la Universidad de Sur, con asiento en Bahía Blanca, Remus Tetu, lo dejó cesante junto a casi un centenar de docentes. El se ubicó "muy cerca del peronismo de izquierda", aunque sin militancia activa, y contó que estuvo el 20 de junio de 1973 en Ezeiza, en el regreso de Perón, y en la Plaza de Mayo el 1 de mayo de 1974, cuando el ex presidente trató de imberbes a esos sectores juveniles.
El contacto fue Carlos Samprón, el rector del colegio, a quien conocía de Bahía Blanca. De entrada, cuando dio una charla sobre ese viaje, notó "un clima raro, algunos padres no podían entender qué hacía ahí, y yo lo único que fui a buscar fue un empleo".
Con un recuerdo nítido de lo ocurrido hace 34 años, Quartucci contó que ese día l detuvieron en el instituto, donde vio "una camioneta oscura que en la puerta decía Gobernación de La Pampa". Enseguida lo vendaron y le ataron las manos con su propia bufanda. En la comisaría lo interrogaron. "Primero amablemente, con una voz casi amanerada; después parecía una fiera". Le preguntaron porqué estaba en Arauz si había viajado a Asia y si Cuba o "el comunismo internacional" le había pagado el viaje. También "si no era indecente" que viviera dos días a la semana con Samprón y su esposa.
En un momento, detalló, el interrogador empezó a "pasarme la entrepierna por el hombro" y lo amenazó con enviarlo a la prisión de Rawson o matarlo, según dijera o no la verdad. "Lo peor fue cuando sacó la pistola, me la pasó por la cabeza y gatilló. Por suerte, no tenía balas", expresó el testigo.
En el interrogatorio, los secuestradores apuntaron a Samprón como el presunto jefe de "una célula subversiva". Le preguntaron "quiénes estaban en la joda en Bahía Blanca" y porqué la profesora Estela Estévez usaba en clases "un libro del marxista Cortázar".
"En esa pesadilla yo tenía la cabeza clarísima, estaba alejada de mi cuerpo. Al cuerpo no lo sentía, por eso no sentí los golpes", remarcó.
Después el profesor en Letras fue trasladado al puesto caminero, donde compartió una habitación con Samprón, Angel Alvarez y el pastor Gerardo Nansen. Ya le habían cambiando la bufanda por esposas. Cuando pidió que le quitaran las vendas porque le ardían los ojos, escuchó de respuesta: "En unos minutos te las va a sacar San Pedro". "¿Nos van a matar?", preguntó Alvarez. "Claro, ahora aguántensela. Ya van a ver cuando venga el Gringo" (NdeR: según le comentó Samprón 28 años después, el Gringo era el imputado Roberto Fiorucci, presente en la sala).

Seis noches y siete kilos.
Quartucci continuó con su impecable declaración: "Pensé que nos fusilarían, que nos aplicarían la ley de fuga o dirían que morimos en un enfrentamiento. Por eso nos dejaron todas las pertenencias: llaves, dinero, anteojos, documentos y hasta un reloj. En ese momento fue cuando pensé en escaparme. Yo era muy flaco, pesaba 65 kilos, así que forcejeé un poco y me saqué la esposa de la mano izquierda fácilmente. Estos salvajes nos controlaban cada dos o tres minutos. Vi que había una puerta que daba a un pasillo y a una habitación, y supe que ese era el camino para irme".
"A las 21 decían que venía el Gringo. Era el momento -prosiguió-. Salté por una ventana y empecé a correr por el campo. Como vino una corriente de aire y se golpeó la puerta, pensé: 'soné, me chafaron'. Pero seguí. Aunque parecía descabellado, debía llegar a Bahía Blanca. Me guié por la Cruz del Sur y crucé la ruta 35 hacia el otro lado. Después continué caminando por la vía, que iba paralela a la ruta".
"El periplo duró seis noches -acotó-. Caminaba de noche, y no de día, para que no me vieran, hasta que llegué a Bahía Blanca el martes 20 a las dos de la mañana. La primera noche dormí en un silo. La segunda vi venir a dos vehículos reflectoreando mientras iba por un camino vecinal. Me tiré en una zanja y pasaron a un par de metros. Iban dos soldados. Después entré a un campo arado, hice un hueco, me metí y sólo dejé la cabeza afuera. Así estuve todo el día, sin comer ni beber. La tercera noche escuché una corriente de agua, era el arroyo Sauce Chico, pero no vi que había una barranca y me caí en él. Quedé empapado y hacía frío. Me dije que no me habían matado ellos, pero que iba a morir de una pulmonía".
Quartucci prosiguió: "Encontré una casa en un paraje. Había dos matrimonios. Les expliqué que me había caído al arroyo y me dieron ropa seca; pero enseguida tuve que devolvérselas. Me contaron que habían estado militares buscando a un prófugo y me prometieron que no dirían nada. Así que encontré una cueva y pasé la noche. A la mañana puse a secar la ropa, hasta que apareció un cazador con un niño. Me dijo que era de Bahía Blanca y le pregunté si podía llevarme, aunque me advirtió que el camino estaba lleno de policías y retenes. Se dio cuenta que no estaba haciendo senderismo..."
Al arribar a Bahía Blanca de madrugada fue a la casa de una pareja amiga. Pesaba siete kilos menos. Se bañó, se afeitó el bigote y durmió. Al otro día prefirió guarecerse en "una casita que había comprado con mi papá en el barrio Patagonia y que no tenía ni gas". Antes de eso, su padre -que falleció a los pocos años- había estado en Arauz preguntando por él. El comisario Miguel Gauna le informó que se había escapado, pero su familia pensó que estaba muerto. El papá llegó a entrevistarse, en Buenos Aires, con Ricardo Balbín, quien le prometió que si se entregaba no lo matarían.
A los pocos días, y pensando en la beca prometida en México, se animó y tomó un micro a Capital Federal, aunque evitó que fuera por la ruta 3. Allí lo recibió por un primo. "Tenía que conseguir la visa para ir a México, pero el consulado estaba rodeado de militares. Tenía un sobre con información de la universidad, así que un día entré y conseguí la documentación. Fui por Montevideo, Río de Janeiro y Guatemala".

Listas y monografía.
Aunque Quartucci no dio nombres de los represores porque estuvo vendado, sí le apuntó a los civiles que colaboraron con el operativo. "Me llamó la atención que todas las víctimas, excepto (el mecánico) Samuel Bertón, no fuéramos de Arauz. Hubo gente del pueblo que nos denunció y que confeccionó listas, porque los 'zurdos' habíamos alterado la tradición y las buenas costumbres. Yo accedí a informes de la Dirección de Inteligencia de Buenos Aires donde dos inspectores que habían estado en el instituto dijeron que tenía una tendencia marxista, que los docentes no iban con saco y corbata y que en los pupitres se escribían palabras soeces. También supe de una solicitud en blanco para entrar al servicio de inteligencia de la embajada de Argelia".
El testigo dio seis apellidos: "El que empezó con toda esta historia y la campaña de desprestigio fue Ricardo Rostán", un productor agropecuario que falleció y que era el padre del ex senador radical Néstor Rostán. También mencionó al "matrimonio entre Irma Rodríguez, que era la directora de la Escuela 33 (primaria), y Gregorio Matir. Ellos veían 'rojo' en todos los rincones del colegio". Ambos viven.
Quartucci citó además a un tal Goi, que sería Adelmo, ex juez de paz, al "farmaceútico (Omar) Munuce" y al "veterinario (Rubens) Garciandía". Los dos primeros están muertos. Incluso remarcó que "hubo un solo hecho que desencadenó esa locura. ¿Cuál? Que una profesora permitió que los alumnos hicieran una monografía sobre Manuel Negrín, un guerrillero del pueblo que militaba en el ERP y que fue abatido en el '75 en Tucumán. Eso había salido hasta en la revista Gente, y no creo que la revista haya hablado bien de Negrín".
Pero la historia del profesor en Letras no terminó allí. Estando en México consiguió una beca para un master en Japón que duraría tres años. Allí tuvo que renovar el pasaporte en mayo de 1980, pero el cónsul ("creo que era de apellido Molina, porque en Cancillería hasta hoy no pude saber su nombre") no se lo dio y le ordenó que debía regresar a la Argentina. Incluso fue denunciado en la Cancillería nipona. Ese año el embajador argentino era un marino que había bombardeado la Plaza de Mayo en 1955.
Si Quartucci zafó de la extradición fue porque el embajador mexicano lo protegió. Dos hombres de seguridad lo llevaron al aeropuerto quince minutos antes de la partida, lo dejaron en su asiento y se fueron. "Creo que el valor de mi fuga estuvo dado porque salvé a mis compañeros. No los mataron porque yo era un testigo. Y en esos días en la casita del barrio Patagonia escribí esta historia. Dejé una copia en el cielorraso y otra se la di a mi madre", concluyó el hombre de la fuga hollywoodiana.

El testigo número 100
Raúl Delbés, ex profesor de educación física del colegio, fue ayer el testigo número 100 del juicio de la Subzona 14. Fue interrogado por alguien "con una voz tan fuerte que daba miedo" y le revisaron "hasta los taparrollos" de su casa. El día del copamiento de Arauz vio al prófugo ex jefe de la Policía, Luis Baraldini. También contó que la relación de amistad con los alumnos cambió desde ese día.
Otro que testificó fue Jorge Quartucci, hermano de Guillermo. Dijo que, en Bahía Blanca, la policía bonaerense requisó la vivienda de sus padres y luego la suya. "Entraron cinco personas de civil y encapuchadas, me apuntaron con fusiles, y revolvieron todo. Hasta me robaron cinco kilos de salamines y cinco linternas".
Estela Estévez fue otra de las docentes secuestrada en el instituto. Estuvo encapuchada desde la media mañana hasta la noche. La interrogaron acerca de Samprón y los "contenidos peligrosos" que daba en literatura. Ella tenía 21 años, y luego estuvo diez años sin poder conseguir empleo.

Crítica a Favaloro
Quartucci, en su extenso relato, criticó con dureza al médico René Favaloro. "En el pueblo lo tenían por los aires, pero colaboró con la dictadura; en cambio a nosotros nos persiguieron. Con leer el libro 'Memorias de un médico rural' puede verse que estaba de acuerdo con la política genocida y contra los ataques al ser nacional", expresó el testigo. Y aclaró: "Pero en Arauz también había gente extraordinaria".

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